Durante muchos años el código de barras ha sido el sistema de identificación de objetos por excelencia, pero todo apunta a que este viejo conocido tiene los días contados.
La tecnología de auto-identificación por radiofrecuencia (RFID) está empujando con fuerza y ha empezado ya a desplazar al código de barras. El sistema emergente permite identificar objetos a distancia mediante etiquetas electrónicas. Ofrece múltiples ventajas y supone una solución a muchos problemas hasta ahora no resueltos.
¿Cómo funciona la RFID?
Para que la tecnología RFID funcione, son necesarios tres elementos básicos: una tarjeta electrónica, un lector de tarjetas y una base de datos. Las tarjetas inteligentes llevan un microchip incorporado que almacena el código único identificativo del producto al que están adheridas. El lector envía una serie de ondas de radiofrecuencia a la tarjeta, que ésta capta a través de una pequeña antena. Estas ondas activan el microchip, que, mediante la microantena y la radiofrecuencia, transmite al lector cual es el código único del artículo. En definitiva, un equipo lector envía una señal de interrogación a un conjunto de productos y estos responden enviando cada uno su número único de identificación. Por este motivo, se dice que la tecnología RFID es una tecnología de auto-identificación.
Una vez el lector ha recibido el código único del producto, lo transmite a una base de datos, donde se han almacenado previamente las características del artículo en cuestión: fecha de caducidad, material, peso, dimensiones. De este modo se hace posible consultar la identidad de una mercancía en cualquier momento y fácilmente durante toda la cadena de suministro.
¿Es rentable para cualquier compañía utilizar RFID?
Para poder cuantificar el retorno de la inversión en RFID, es imprescindible identificar primero las fuentes de valor de esta tecnología.
Entre sus numerosas ventajas, el RFID permite realizar el seguimiento en tiempo real de los productos, lo que facilita la disponibilidad permanente de la mercadería en el punto de venta, la sincronización de la oferta y la demanda (con la consiguiente reducción del inventario), la gestión eficiente de la caducidad o vencimientos (clave para los productos frescos), la prevención de la pérdida y el robo (que supone del 2 al 10% del total de la mercancía), y la mejora del servicio al cliente y como consecuencia, su fidelización.
Respecto a este último punto, al ser inalámbrica, la tecnología RFID permite cobrar la compra de un cliente sin necesidad de sacar los productos del carrito. De esta manera se reduce el tiempo del cobro, lo que se puede traducir en una mayor rotación de los clientes.
Algunos ejemplos de aplicación práctica de la tecnología RFID son:
- Control de entrada y salida.
- Seguimiento de envío de cartas, documentos, paquetería.
- Controles de calidad y de la cadena de producción de fábricas.
- Búsqueda de cuellos de botella o protección de bienes en una compañía.